La Asociación de Cultural de Amigos de la Historia Caudetana acaba de publicar un libro titulado Historia de Caudete para Niños. Se trata de una autoedición en la que a lo largo de 27 páginas se alternan grandes ilustraciones con breves textos que narran historias ambientadas en el pasado de nuestro pueblo. Una colección de cuentos que basculan entre la tradición, la leyenda y el mero disparate historiográfico. Estos cuentos se engarzan en un eje cronológico que arranca en el siglo VIII y culmina en el XVIII. Lo más destacado de estas breves historias es que prescinden por completo del rigor científico para adentrarse sin tapujos en las nebulosas y siempre atractivas sendas de la fantasía y el mito.
No se trata de un libro de Historia, a pesar del engañoso título, porque el objetivo de la obra no es estudiar y exponer el pasado de Caudete desde el rigor histórico.
La Historia no es contar historias antiguas, la Historia es una ciencia social que se dedica a estudiar el pasado de las sociedades humanas. Como ciencia social que es, la Historia está obligada a utilizar el método científico para ello.
Sin ánimo de abundar, diremos que el método científico es un camino con una serie de estaciones de obligada visita: la primera de estas estaciones es plantearse interrogantes acerca de un objeto, lanzar hipótesis. A continuación, el científico, debe observar de forma sistemática el objeto de estudio. Esta observación aportará al científico muchos datos y algunos silencios. El científico procederá a clasificar la información obtenida. Por último, el científico buscará en esta información la respuesta a sus preguntas, la confirmación o la refutación de sus hipótesis de partida.
Desde el siglo XIX, a causa del empuje de las Universidades, del desarrollo de los sistemas educativos y, sobre todo, de las necesidades generadas por las sociedades industriales, la ciencia ha adquirido una hegemonía absoluta como método para analizar la realidad. Esto sucede en cualquier disciplina. Así, por ejemplo, el estudio del cuerpo humano se plantea desde la biología, la antropología o la medicina. La comprensión de la naturaleza y de sus fuerzas se aborda desde la biología, la geología, la química o la física. El estudio del cosmos no se entiende sin la astronomía y las matemáticas; y, por supuesto, el estudio del pasado humano se realiza mediante la Historia. Es tal el prestigio de la ciencia como método de análisis de la realidad que hasta los publicistas de cosméticos utilizan el marchamo de “científicamente probado” para eliminar las dudas que el potencial comprador pueda albergar hacia las bondades del pintalabios o la crema facial que le pretenden vender.
Cada ciencia tiene sus particularidades. En el caso de la Historia, destaca el hecho de que su objeto de estudio, el pasado, ya no existe, y por lo tanto no se puede observar directamente. Esto es algo que, por ejemplo, no les sucede a los biólogos ni a los geólogos; ellos sí que pueden observar directamente el bichito o a la piedra que quieren estudiar. Por el contrario, los historiadores deben recurrir a las fuentes; entendiéndose por fuentes todos aquellos elementos que nos ponen en contacto de forma directa o indirecta con el pasado: restos materiales, documentación de archivo, monedas, obras de arte, edificios, tradición oral, libros y artículos de Historia ya publicados etc.
Otra peculiaridad de la ciencia histórica, compartida con el resto de las ciencias sociales, es que en muchas ocasiones el objeto de estudio y el sujeto que realiza el estudio coinciden: la sociedad forma y financia a los historiadores para que estudien su propio pasado. Esta característica obliga al historiador a extremar el rigor en el método y, sobre todo, a intentar mantener la neutralidad. Asunto peliagudo este último. Todos conocemos libros de Historia indignos de tal nombre por su marcada parcialidad. Diremos en este sentido que el historiador que pierde la neutralidad se convierte en un mal historiador, más o menos inocuo, más o menos nocivo dependiendo del tema abordado y del interés social que tenga su obra.
Pero ni la Ciencia ni la Historia han sido siempre tan valoradas como lo vienen siendo desde hace doscientos años. Si nos centramos exclusivamente en el tema que nos atañe, vemos, por ejemplo, que en la antigua Grecia el mito sustituía a menudo a la Historia como método de análisis y explicación del pasado. En la Edad Media europea, la religión y la literatura eran las disciplinas más aceptadas para explicar los hechos ocurridos en la antigüedad. En muchas sociedades preindustriales, pasadas y presentes, la leyenda es la que alumbra el origen de las cosas de los hombres y su medio.
Quiero decir con esto, que además de la Historia, el ser humano ha utilizado y aún hoy día utiliza otras disciplinas para satisfacer su eterna curiosidad acerca de lo que fue. Lo que sucede es que estas disciplinas, al ser ajenas al método científico, no gozan actualmente del prestigio de la Historia. Por decirlo en pocas palabras: la religión, la tradición, la leyenda y el mito no son fiables para abordar el pasado. Y no lo son, única y exclusivamente, porque no se valen del método científico: hipótesis, observación, experimentación y validación o refutación de los planteamientos iniciales.
El libro que nos ocupa no es un libro de Historia porque no utiliza el método científico y además ni tan siquiera respeta algunos de los planteamientos historiográficos más básicos y aceptados por la comunidad científica. Por ejemplo: se nos cuenta en este libro que desde el siglo VIII hasta el siglo XIII Caudete estuvo ocupado por gentes venidas desde el norte de África. La historiografía actual nos dice que la mayor parte de los habitantes de Al-andalus, que así se denomina a la España musulmana medieval , eran descendientes de visigodos e hispanoromanos islamizados tras siglos de dominio árabe y bereber. Había descendientes de gentes venidas de Arabia y del Norte de África, por supuesto, pero en muchos lugares éstos eran una minoría o ni siquiera eso.
Explican los Amigos de la Historia Caudetana que en el siglo XIII el rey aragonés Jaime I conquistó Caudete. Cierto es. Lo que no es tan cierto es que se tratara de una reconquista de los territorios de sus abuelos. Ni los abuelos de Jaime I ni los de los repobladores que se instalaron en el territorio conquistado por él tenían vinculación genealógica alguna con estas tierras. Se trataba de gentes del norte protagonizando un proceso de expansión territorial. Conquistadores, no reconquistadores. Gentes de Aragón, Cataluña, Navarra o Castilla que venían a instalarse en los nuevos territorios conquistados a costa de las sociedades preexistentes.
Pero lo que más sorprende de un libro que se dice de Historia, es que directamente y sin ningún tipo de prevención intelectual, el autor del libro nos informa de que a finales de la Edad Media la Virgen se le apareció a un pastor para indicarle dónde podía encontrar una imagen sagrada. Además y para vencer las reticencias iniciales del pastor ante la maravillosa aparición, la Virgen obró un milagro y Juan López, que así se llamaba el ganadero, recuperó un brazo del que carecía desde su nacimiento. Huelga decir que estos hechos rebasan los límites de lo aceptable en cualquier libro de Historia. Por malo que sea el libro.
El resto de la obra referida se dedica a presentar al lector unos pocos datos relativos a la política y las disputas territoriales más significativas, según el criterio de los autores, del pasado de Caudete.
Estamos pues ante un libro de cuentos que mezcla sin ningún pudor mitos historiográficos, leyendas piadosas, episodios relacionados con las dinastías reales y asuntos de frontera. No es un libro de Historia y, si lo pretende, podemos concluir que estamos ante un intento de engaño y manipulación. Hecho doblemente grave si tenemos en cuenta que va dirigido a niños.
Por último solo añadir que a mí personalmente me llaman poderosamente la atención los aspectos del pasado que los Amigos de la Historia Caudetana consideran memorables: guerras de religión, litigios territoriales, conflictos dinásticos y apariciones marianas. Vamos: Dios, Patria y Rey. Pienso que los niños caudetanos se merecen una Historia algo más rigurosa y exhaustiva. Como padre y docente pienso que nuestros niños se merecen que no se les intente engañar. Creo que simplemente con cambiar lo de Historia de Caudete por Cuentos de Caudete, la obra resultaría aceptable y hasta entrañable.
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