Entiendo por patrimonio todo aquello que nos legaron los que antes por aquí anduvieron y que, por su interés, utilidad o belleza debemos conservar y legar a los que vendrán. Las autoridades municipales tienen un papel principal en lo que respecta a proteger, conservar y, en la medida de lo posible, mejorar de esta herencia. Sucede que a veces por falta de sensibilidad, de presupuesto o de criterio, el patrimonio se deteriora. Si el deterioro no se frena, el patrimonio se pierde.
Caudete no se ha significado a lo largo del último siglo por una apuesta firme y coherente a la hora de proteger y valorar su patrimonio. Ni los agentes públicos ni los privados han sido, en general, ejemplo de conservadurismo. De forma que el lamento estéril por lo que se va perdiendo ha entrado a formar parte de nuestra idiosincrasia . Que si El Paso, el Palacio; que si Villa Isabel, el Cabecico el Rosario, la Cueva Santa; son referencias recurrentes de nuestra nostalgia patrimonial. Nostalgia, lamentos y poco más.
En el otro fiel de la balanza contamos con ejemplos dignos de elogio: algunos, a veces, gustan de henchir el pecho al recordar cómo se recuperó la Plaza de Toros de una ruina casi irreversible; también se recuerdan con agrado las intervenciones de mejora en el barrio de Las Cuevas, el lavadero o la ermita de San Antón y su entorno. El santuario de la Virgen , Santa Catalina, Santa Ana y El Carmen, cual joyas de la corona, han recibido periódica atención. Excepciones brillantes en un largo balance de derrotas.
En los últimos años, mientras la lenta pero firme historia de pérdidas que nos caracteriza sigue su curso, el Ayuntamiento parece haber decidido pasar a la acción contribuyendo activamente al desaguisado patrimonial. Hace poco y para homenajear a Luís Golf, la corporación municipal decidió eliminar el monolito que presidía el Paseo, alterando significativamente el diseño original de este magnífico y bien parido espacio. Las razones: hasta la fecha se ignoran.
No sé si un poco antes o después de sustituir el monolito por un megalito, se abordó con saña el estropicio de las escaleras de la calle del Teatro. Unas escaleras dignas y prácticas que desde 1893 salvaban el desnivel existente entre la calle del Teatro y la de Santa Bárbara. Cuenta Don Jesús Sánchez Díaz en su “Historia de Caudete y su Virgen de Gracia” que hasta que se construyeron esas escaleras, los caudetanos o daban un rodeo o usaban una soga. Tras la última reforma volvemos a la disyuntiva: o das un rodeo o te cuelgas de la soga para no soportar el horror.
Hace pocos meses, cuando algunos aún andábamos estupefactos por tamaña afrenta estética, nos enteramos de que el concejal del ramo había apuntado su objetivo hacia El Barrio. Pero este objetivo no se centró en las casas por arreglar, tampoco se reparaba en el incipiente abandono de la Plaza de Toros. La fuente, la ignominiosa fuente, a por ella. ¿Por qué?: la hicieron los socialistas, dicen. Molesta a los camiones, argumentan. Socialista malo, camión bueno, debieron concluir. La fuente fuera y de paso incrementamos nuestra biografía edilicia.
La fuente de la Avenida de Valencia no es que fuera una fuente de Bernini, no lo era. Era una fuente pequeña que imitaba en sus materiales a la caliza y el ladrillo con los que Juan Arellano y Francisco Albalat levantaron el Barrio ahora hace poco más de un siglo. Una fuente nueva que evocaba el pasado urbano más brillante de nuestro pueblo, contribuía a serenar la vieja carretera de Yecla a Fuente la Higuera y además servía de nexo entre dos calles que se encuentran sin buscarse demasiado: Las Eras y San Jaime. Pues ya no hay fuente.
Mientras y sin reparar en esta anécdota, sigue inexorable la secular agonía de nuestro patrimonio: el Mercado por arreglar; el suelo del parque del Paseo, indigno; el molino de la carretera, ahí se queda; las pinturas rupestres de la Cueva Santa, ni mentarlas; el Moto y Las Cuevas, tira, tira… .
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