Caudete la Calle Nubes altas

Noticias

Francisco Doménech Mira

5 Jul 2013
"Paco fue el verdadero cronista de Caudete, el maestro que nos situó frente a nuestra historia y nos obligó a mirarla frente a frente, sin ambages ni tapujos, sin ocultación ni enmascaramientos, iluminada con la sola luz de la verdad. Al hacerlo, nos puso también frente a nuestro presente, a nuestra realidad: hizo que nos conociéramos mejor. Inexplicablemente, ninguna administración municipal, ninguna institución tuvo el gesto de reconocerle ese mérito. Algunos nos indignábamos ante semejante desconsideración: Paco nos respondía, sonriendo, que no era importante. Él era así."

            “Aquel a quien los dioses aman, muere pronto”. Así lo decían los clásicos, queriendo encontrar una explicación, quizá un consuelo, ante la pérdida de una persona fallecida antes de tiempo. Era un modo superior, más sublime, de decir eso tan prosaico de que “mueren los mejores”. Una frase prosaica, un lugar común mil veces repetido, que estos días se nos ha convertido en algo real, dolorosamente real, pues nos ha dejado, en efecto, uno de los mejores de nuestra generación, un caudetano amante de su pueblo, de su historia y de sus gentes, una persona grande en el más alto sentido de la palabra, el que tiene que ver con la moral y con la virtud. Nos ha dejado Francisco Doménech Mira, a quien todos –familiares, amigos, colegas– llamábamos Paco.

            Su repentina muerte –tan prematura, tan inesperada– ha golpeado a cuantos le conocían y apreciaban con una contudencia tal que pareciera que no fuera real. Se hace muy difícil, casi imposible, acostumbrarse a la idea de que no volveremos a verlo pasear con parsimonia, como solía, por las calles de nuestro pueblo, abrir la puerta de la clase para enfrascarse con sus alumnos en los intríngulis de la lengua o en el vuelo de la creación literaria, desgranar sus muchos, diríase que inacabables, conocimientos sobre el pasado y el presente de Caudete ante un público que nunca dejó de ser fiel a sus citas, sorprendernos con un nuevo artículo, quizá un libro, sobre cualquiera de entre la enorme variedad de asuntos que se ofrecían a este espíritu inquieto, curioso, siempre alerta.

            “De los fallecidos, sólo cabe hablar bien”, aconsejaba uno de los siete sabios de Grecia. Una recomendación prudente y juiciosa, pero innecesaria en nuestro caso, porque de Paco Doménech no se podría hablar de otra manera. No quiere eso decir, en modo alguno, que no tuviera defectos, o que todo en él fuera modélico o ejemplar. Por el contrario, Paco presentaba todo un catálogo de peculiaridades y pequeñas manías, no muy distinto del que se podría observar en cualquiera de nosotros, a poco que se nos examinase con algo de atención. Tenía, y yo creo que era consciente de ello –y aun que lo cultivaba, en cierto modo–, un trato que exigía el acercamiento tranquilo y mesurado propio de otras latitudes, más que la efusividad torrencial del talante mediterráneo. Posiblemente había en ello un componente de timidez, pero también la exigencia de que las cosas importantes no se tomen a la ligera. Daba la impresión, en efecto, de que para él la relación y la comunicación con las personas no eran un asunto banal: Paco estimaba y cuidaba a sus amigos, a la gente que quería. Y no era sólo esto: más allá de esa pequeña distancia que procuraba interponer, se descubría fácilmente la cortesía, la corrección y la atención a los detalles que caracterizan a los hombres de bien. No son éstas cualidades que abunden hoy en día. Por eso parecía, en ocasiones, que estuviera un tanto fuera de lugar. Pero era justamente lo contrario: sin pretenderlo, sin palabras, nos hacía presente que éramos nosotros, hombres modernos que hemos hecho bandera de la falta de educación y del desprecio por los valores, quienes habíamos perdido el norte. También en eso fue un maestro.

            Pues lo cierto es que, si hubiera una faceta que debiera destacarse sobre las demás o proponerse como ejemplo para las generaciones de hoy y de mañana, sería precisamente la de maestro. Digo maestro mejor que profesor: aunque ésta última era su profesión, aquélla era su vocación y su misión. Por encima, incluso, de la de estudioso e investigador, donde brilló con luz propia. Le apasionaba, desde luego, explorar territorios desconocidos, abrir en ellos nuevos caminos, sorprenderse –y sorprender– con las historias, los datos, también las anécdotas y los detalles curiosos, que continuamente se encontraba al avanzar por esa senda de ciencia y conocimiento que tanto amaba. Pero no eran tesoros que Paco guardase para sí, que ocultase con la tacañería del erudito avaro, sino todo lo contrario: disfrutaba transmitiendo lo que sabía y, sobre todo, lo que iba descubriendo. Ahí aparecía sin el menor asomo de duda el maestro, ansioso por compartir su conocimiento, por encontrar el reflejo de su misma fascinación por el estudio y la investigación en los semblantes apasionados de quienes tuvieron el privilegio de ser sus alumnos, cualquiera que fuese su edad y condición.

            Paco pudo conjugar vocación y profesión, cosa rara en los tiempos que corren. Su trabajo era enseñar. No era, cuentan sus alumnos de otrora, un profesor blando ni complaciente. Sus clases exigían trabajo, atención y rigor. Es decir, compromiso. A la luz de las modernas teorías pedagogistas que tanto han hecho por destrozar nuestro sistema público de enseñanza, Paco podía parecer un profesor anacrónico, casi una rareza entre tantos colegas –ahora, por fortuna, menos– que en su momento aceptaron con pasiva complacencia las directrices que iban llegando desde los ministerios y consejerías del ramo. Frente al nocivo, por engañoso, “aprender jugando”, Paco parecía alineado con quienes postulaban que había que “aprender trabajando”. Tenía razón: como sus padres, los alumnos tienen también un trabajo, una tarea que les es propia, la de estudiar y aprender. A eso se va a un instituto. Y, desde estos postulados, Paco no debió hacerlo mal: lo prueba el homenaje espontáneo y sincero de sus últimos discípulos, que ya no pudieron recibir de él sus notas finales. No cabe, para un maestro o un profesor, mayor gloria ni más íntima satisfacción que el reconocimiento que llega de los alumnos, de hoy o de ayer.

            Su otra gran pasión era la investigación, el empeño de sumergirse en los documentos y en los datos para extraer de ellos nuevos conocimientos acerca del pasado. En efecto, la mirada de Paco estaba vuelta hacia el pretérito. Contaba para ello con una excelente capacitación: con dos Licenciaturas (en Filología Española y en Historia) y un Doctorado en Filología a sus espaldas, disponía de la formación y el bagaje conceptual y metodológico idóneos para bucear en ese pasado. Paco decidió centrar sus esfuerzos en un campo de trabajo que hasta no hace mucho ha sido mirado con recelo y desconfianza en los elitistas ambientes universitarios: los estudios locales. Y, dentro de éstos, los relativos a Caudete y su entorno. El tiempo le ha dado la razón. Había ahí un rico filón, que Paco fue explotando con minuciosidad y rigor, avanzando poco a poco, sopesando cada evidencia, cada tesis, cada descubrimiento.Su mirada abarcó la práctica totalidad de la historia de nuestra villa y del territorio en que ésta se asienta, aunque prestó particular atención a ciertas épocas y ciertos temas, bien por gusto personal, bien por la propia importancia de estos asuntos. Entre ellos destacó, por derecho propio, el de la tradición dramática caudetana, que arranca en la Comedia poética y llega hasta los actuales Episodios caudetanos. A sus muchos trabajos sobre esta cuestión debemos casi todo lo que sabemos sobre la misma. Pero esta línea de estudio, con ser tan importante, para él y para nosotros, sus paisanos, no era sino una entre muchas que abrió y cultivó con ahínco y dedicación. Dar cuenta de todas ellas excedería los límites de esta semblanza, y siempre correríamos el riesgo de dejar cosas importantes por decir. Baste, pues, con dejar constancia de que consagró la mayor parte de su tiempo y su trabajo como investigador al estudio de la historia, la cultura y la sociedad de la villa de Caudete, con especial preferencia por el período que transcurre entre los siglos XVII y XX. Y, entre otras muchas que se podrían citar, son muestra y prueba de su talento, capacidad y rigor científicos dos publicaciones señeras: el magnífico Catálogo de impresos de la Sección de Fondo Antiguo del Archivo y Biblioteca del Convento de San José, O. Carm., en Caudete, Albacete: siglos XVI y XVII, realizado en colaboración con Balbino Velasco, que descubrió a los Padres Carmelitas y a los caudetanos el tesoro literario y documental que albergaban las paredes del Convento de San José; y su estudio La Venerable Cofradía del Dulcísimo Nombre de Jesús: religiosidad popular y cultura tradicional en la villa de Caudete, en el que recorría, en compañía de Juan Carlos Andrés Ortega, la historia y vicisitudes de la Cofradía, en un excelente ejercicio de análisis sociológico, cultural y folklórico.

            La muerte sorprendió a Paco Doménech a punto de concluir la recogida y preparación de la documentación para acometer otra gran empresa de estudio, otro reto, uno más, de grandes proporciones, sólo al alcance de unos pocos elegidos: una historia de Caudete en los tiempos de la Guerra Civil. Se trataba de un asunto difícil y delicado, algo de lo que era muy consciente. No creo que le preocupase demasiado. Tenía buenos mimbres para fabricar ese cesto. Era, desde luego, audaz y atrevido en las empresas que acometía, pero también riguroso en su método de trabajo, equilibrado y razonable en sus juicios y muy prudente, hasta el extremo, en su modo de presentar hechos, datos y argumentos. No creo que hubiera – ni habrá, al menos por un tiempo– investigador más capacitado para abordar este trabajo, tan necesario en nuestros días. A buen seguro le hubiera reportado incomprensión, trabas y hasta pequeñas traiciones: nada que él no hubiera tenido que soportar en otros muchos momentos. Lo que le hacía grande era que, aun así, ni por un momento dudase de que debía llevar a cabo ese estudio: su búsqueda afanosa e incansable de la verdad no le dejaba otra opción.

            Quedó igualmente incompleto, cuando apenas restaba el último retoque, otro proyecto muy querido para Paco, objeto en su caso de mil desvelos y afanes: la edición crítica de El Lucero de Caudete, que había de publicarse con otra de los Episodios caudetanos, a cargo de su colega y amigo Miguel Requena. Cuantos seguíamos el avance de esta obra en el seno de la Comisión para la Declaración de los Episodios caudetanos como Bien de Interés Cultural, fuimos testigos privilegiados del esfuerzo ingente que le supuso y de su total implicación en una empresa que estaba, y está, destinada a convertirse en el gran hito cultural de este arranque del siglo XXI en Caudete, por encima, incluso, del logro de dicha Declaración. Paco Doménech trabajó en ella con el esmero y la precisión propia de los mejores filólogos, consciente del reto que tenía ante sí. En más de una ocasión intenté apremiarle para que cerrase el trabajo y nos entregase un original. En vano. Paco trabajaba despacio, porque entendía que así lo exigía la tarea. Con el paso del tiempo, he visto que también en esto tenía razón.

            A Paco le debemos una parte muy sustancial –más de lo que imaginamos– del éxito que supuso para el pueblo de Caudete el reconocimiento de su tradición dramática, singularizada en la actual representación de los Episodios caudetanos, como Bien de Interés Cultural, el primero con carácter intangible de toda Castilla - La Mancha. No es algo que muchos conozcan: también para los reconocimientos se mostraba parco y contenido.

            Pero nuestra mayor deuda, la que los caudetanos de hoy y de mañana tienen contraída con él, tiene ver con algo más hondo, más duradero, también menos visible: Paco fue el verdadero cronista de Caudete, el maestro que nos situó frente a nuestra historia y nos obligó a mirarla frente a frente, sin ambages ni tapujos, sin ocultación ni enmascaramientos, iluminada con la sola luz de la verdad. Al hacerlo, nos puso también frente a nuestro presente, a nuestra realidad: hizo que nos conociéramos mejor. Inexplicablemente, ninguna administración municipal, ninguna institución tuvo el gesto de reconocerle ese mérito. Algunos nos indignábamos ante semejante desconsideración: Paco nos respondía, sonriendo, que no era importante. Él era así.

            Pero ahora no está, y nosotros hemos de honrar su memoria. Caudete tiene contraída una deuda enorme con Francisco Doménech. Una deuda que debe saldar con la misma generosidad y altura de miras con la que él trabajó por y para su pueblo.

José J. Caerols


imprimir twitter facebook

Comparte esta noticia

foto foto foto foto foto foto

Agenda

2024
Noviembre
        1 2 3
4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17
18 19 20 21 22 23 24
25 26 27 28 29 30

Encuesta

Sin encuesta

Noticias

Búsqueda de noticias

Introduzca la búsqueda que quiera realizar

Caudete la calle en Twitter

Caudete la calle en Facebook

Contacto | Aviso legal | Politica de Privacidad

Copyright © 2024 --- Todos los derechos reservados

Edita: PSOE CAUDETE Plaza de San Cristobal, 7 02660 Caudete (Albacete). www.caudetelacalle.es E-MAIL: redaccion@caudetelacalle.es Teléfono: 965825222 Depósito Legal: AB-303-1.996

Esta web utiliza cookies propias y de terceros que son necesarias para el proceso de registro y el análisis de la navegacion de los usuarios. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso. Ver política de cookies

acepto las cookies